miércoles, 16 de septiembre de 2009


Federal Preventiva:
vergüenza internacional

Jaime Ramírez Yáñez

Efectivamente, el 9 de septiembre de 2009 fue un día difícil para el sistema de seguridad mexicano. Un triste aprendiz de secuestrador, encarnado en un pastor, loco y medio, de origen boliviano exhibió la preocupante incapacidad de la Policía Federal Preventiva (PFP) para encarar un asunto de ese tipo.
Claro, esta consideración es válida si llega a comprobarse que no se trató de un montaje mediático en el que participaron ampliamente las dos televisoras nacionales.
En poco más de 40 minutos, ese día, se confirmó que la preparación de nuestros elementos policiacos es totalmente insuficiente, así como de los encargados de la seguridad aeroportuaria.
Excepto el hecho de haber aislado el avión a una zona segura ante una eventual explosión, lo demás fueron errores que si se hubiera tratado de un secuestrador de mediano pelo, en vez del “exitoso e incruento operativo de rescate”, como desafortunadamente lo calificó el secretario de Comunicaciones y Transportes, Juan Francisco Molinar Horcasitas, el evento tendría que haber sido trágico ante las evidentes fallas operativas.
De acuerdo con la experiencia internacional en materia de aerosecuestros, siempre participan más de tres personas para controlar la totalidad de la nave.
Un primer secuestrador se encarga de asegurar la cabina del piloto. Aunque éstas ya cuentan con un sistema de seguridad en el cual con sólo oprimir un botón el comandante de la nave bloquea totalmente la posibilidad de que la puerta de la cabina sea abierta, hasta no arribar a un aeropuerto en donde otro empleado de la empresa, con una clave específica –gemela– desbloquea el sistema.
Sin embargo, la labor del delincuente más próximo a la cabina de mando de una aeronave es clara: impedir que los pilotos reciban ayuda de los miembros de la tripulación.
Un segundo secuestrador, el que porta los explosivos, invariablemente se coloca a la altura de las alas del avión dentro de la cabina de pasajeros ya que el tránsito de combustible se lleva a cabo por esa área y es el lugar en donde la explosión puede resultar más potente y desastrosa.
El tercer cómplice se ubica en la parte trasera del avión para obtener una vista panorámica de la nave y de esta forma poder someter fácilmente, e incluso disparar con un margen de seguridad, en contra de quien no se sujete a las instrucciones.
Hasta donde se puede saber, ese 9 de septiembre de 2009, la información que había era que el avión de Aeroméxico, un Boeing 737-400 ER, había sido secuestrado por cuando menos tres personas bolivianas, que exigían hablar con el presidente Felipe Calderón quien coincidentemente tenía una actividad en la terminal aérea la cual tuvo que suspender.
Durante todo el proceso de “negociación” varios plataformistas de la empresa conversaban animadamente con el piloto de la nave quien contínuamente sacaba casi medio cuerpo por una de las ventanas de la cabina del avión.
Incluso en una imagen televisiva, que pasó muy rápidamente, se pudo observar a los elementos de la Federal Preventiva, entre ellos a su jefe Genaro García Luna platicando, muy quitados de la pena, parados cerca de los camiones localizados en la parte posterior del avión, a unos diez metros de distancia.
Así estaba la escena cuando, de repente, un grupo de federales comenzó a moverse hacia el avión, del cual ya habían descendido un buen número de pasajeros. Inexplicablemente un comandante dio la orden de abordar por la parte trasera, en donde, de haber existido la presencia de un secuestrador, por los menos habrían caído los primeros tres o cuatro policías que subieron al avión. Unos mas, quienes aparentemente descocían la utilidad del tobogán que es una implemento para bajar, intentaban subir por ahí.
En esa parte del operativo seguramente el segundo secuestrador hubiera accionado el dispositivo para hacer explotar la aeronave con todos sus ocupantes.
Lo que siguió fue una verdadera aberración en cuanto a protección a víctimas de secuestro se refiere. Un federal preventivo sacó a los pasajeros del avión y los colocó a escasos cinco o seis metros de la parte delantera del aparato y no solamente eso, hizo que se sentaran en el piso de la plataforma cuando la regla más elemental para operar estos eventos indica que las víctimas deben ser rápidamente desalojadas. Después, bajaron a ochos personas esposadas de las cuales siete no tenía nada que ver en el asunto. Para fortuna de los policías, todo el asunto lo había urdido un pastor boliviano, un “loquito”, que quería “alertar” al presidente acerca de un terremoto devastador.
Hasta ese 9 de septiembre de 2009 la incapacidad de nuestros policías federales más o menos se había mantenido en casa. Ese día fue una penosa exhibición internacional
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